domingo, 27 de septiembre de 2009

AUTENTIVIDAD



Todavía no sé por qué película de Woody Allen decantarme. Manhattan me impresionó, lo mismo que Annie Hall o una de sus recientes películas, Match Point, debo reconocer que esta última fue un cambio de registro que a todos nos sorprendió. En cualquiera de los casos, debo admitir mi gran devoción por él.


Nacido el 1 de diciembre de 1935, Allen ha vuelto a la carga con su cuadragésimo quinta película Whatever Works, que ha sido presentada en el Festival de Cine de San Sebastián. Con ella, el director de Vicky Cristina Barcelona regresa a su amada Nueva York, después de cuatro años de destierro europeo.






A través de los diferentes libros que se han publicado sobre él, o que el mismo ha escrito como Pura anarquía, Cuentos sin plumas, Sueños de un seductor, etc… hemos ido observando toda una línea de pensamiento y de deducciones de su vida, donde algunas de ellas las ha plasmado en la gran pantalla. Ferviente defensor y máximo embajador de Manhattan, nunca ha sido lo verdaderamente respetado por el público americano, y ha tenido que buscar en muchos momentos de su carrera, el arropado cariño necesario en la cuna europea. En una nueva entrega de ambición y de demostrar sus dotes de pensador desde la sencillez, podemos apreciar en una entrevista concedida el pasado viernes al diario El Mundo, como Allen nos ofrece algunas pautas de su filosofía de vida. Debo felicitar al periodista Luis Martínez por la entrevista, aun más meritoria, conociendo el poco tiempo que concede el manager de Allen para este tipo de entrevistas, aunque sean ciertamente promocionales. Me gustaría extraer de Allen algunas afirmaciones realizadas en la entrevista, afirmaciones de una gran rotundez desde un planteamiento vitalista:


En referencia al título de su película ‘Si la cosa funciona’, el periodista le pregunta si está de acuerdo con la filosofía de vida, e incluso de trabajo. “Vivir es demasiado penoso para andarse con remilgos.” Contesta Allen.


¿Por qué es tan prolífico? “Habría que preguntar a los demás por qué tardan tanto en hacer lo que hacen. Pero sí, soy prolífico. La razón es que me gusta trabajar. Cuando disfrutas con el trabajo, trabajas. No me gusta ir de vacaciones, no me gusta jugar a los bolos, no me gusta ir a África, no me gusta ir a la playa…Sólo me gustan tres cosas: interpretar música, escribir y filmar. Cuando termino una película me tomo unas vacaciones haciendo otra.”



“¿Siente que es imitado? Imitan a Spielberg, a Coppola o a Scorsese, pero nadie me copia a mí. Tampoco es que me sienta triste por ello, no hago otra cosa que señalar un hecho. Quizá, porque mi estilo es minimalista. Todo mi estilo reside en el guión. No estoy interesado en los efectos especiales ni en los encuadres extraños. Si estás interesado en mis películas es porque te interesa mi filosofía. Si ésta no te interesa no te interesan mis películas.”



¿Le queda alguna ambición profesional por cumplir? “Si, por supuesto. Mi gran ambición es hacer una gran película. ¿Otra? No. He hecho buenas y malas películas, pero nunca he dirigido ninguna a la altura de los grandes maestros del cine europeo.”



Esta última afirmación me recuerda a la entrevista que realizaron en La Vanguardia el pasado 24 de Junio a otro de mis directores de cine favoritos, Francis Ford Coppola. En dicha entrevista, Coppola, comentaba el reto que le había supuesto lanzar su última película ‘Tetro’. Más allá de su nuevo estreno, comentaba que a su edad, podía decir que no lo quedaba prácticamente nada por hacer y, a pesar de todo, nunca se sintió hastiado. Comenta que la verdadera felicidad es hacer cosas nuevas, y que su objetivo es aprender a hacer películas. Justifica su afirmación aludiendo a que el cine es un arte muy joven y ni siquiera hemos empezado a tocar su lenguaje.



Ambos directores, no han encontrado su meta. Su camino está lleno de perseverancia y siempre consideran que nunca lo hacen lo suficientemente bien. Nunca, siempre tienen un poder devastador orientado a reinventarse y considerarse prematuros del saber.



En el caso de Woody Allen, más allá de su excentricismo plasmado en las pantallas, creo que nos deja algunas lecciones interesantes: una vitalidad y energía fuera de lugar, una capacidad de autocrítica fuera de lo común, la crítica no le ha impedido nunca dejar de mirar adelante –más allá de la que le provenía de sus películas, en su vida personal también ha sido bastante cuestionado- y por último, originalidad. Vive de los guiones, no de los focos y los efectos especiales.

Reconozco que llegar a los 74 años con ese autentividad (autenticidad + vitalidad + dosis de relatividad necesario) es un gran sueño difícil de conseguir. Tal vez muchos sacrificios de por medio, genialidad innata y una gran capacidad de trabajo y esfuerzo. Aún así, quiero morir en el intento y continuar interpretando, al igual que Allen, el mundo y sus dimensiones.


“El hombre consta de mente y cuerpo, pero el cuerpo es el único que se divierte”. Woody Allen en su interpretación realizada en la película La última noche de Boris Grouchenko

No hay comentarios:

Publicar un comentario